PLANEACION DE CLASE
TEMÁTICA: LAS MUJERES COLOMBIANAS EN EL SIGLO XX
Objetivo
General.
·
Conocer los cambios de
vida de las mujeres colombianas en el contexto social, político y económico del
siglo XX
Objetivos
específicos
·
Analizar, a la luz de
un artículo periodístico, el contexto social, político y económico colombiano
en el siglo XX
·
Identificar las
costumbres y oficios que permanecen, y los que cambiaron en la vida de las
mujeres
·
Reconocer los
movimientos históricos que posibilitaron la inclusión social y política de las
mujeres.
Objetivo
social
·
Ubicar a los
estudiantes dentro del flujo de los hechos sociales que fundan la realidad
actual. Que se reconozcan dentro de los procesos históricos pasados y lo
relacionen con su forma de vivir en el mundo, asumiendo una postura crítica del
orden social.
PROPUESTA DE ACTIVIDAD EN
CLASE.
Los
artículos periodísticos son excelentes herramientas para trabajar con alumnos
de décimo y once grado, porque presentan un nivel de argumentación crítica
adecuado para su comprensión, y permiten una mirada de la realidad que no se
posibilita a través de otros medios informáticos más frecuentados por ellos:
noticias en televisión o portales virtuales. Lo que se propone es acercarlos a
medios escritos, para incitar a su lectura reflexiva.
En
el caso de la temática “Las mujeres colombianas en el siglo XX” se propone
realizar la siguiente ruta:
1. Lectura
comentada del artículo “Cambios en la
vida femenina durante la primera mitad del siglo XX”. Se recomienda
realizar cambios de voces para que no sea tediosa y los estudiantes se
mantengan atentos.
2. Permitir
un espacio de socialización (de aproximadamente 15 minutos) para las preguntas
sobre inquietudes y para que resalten lo que más les llamó la atención.
3. Realizar
un cuestionario por parejas, para el cual deban realizar una segunda lectura.
La intención de las preguntas del cuestionario es que rescaten lo siguiente:
a. Elementos
históricos (hechos, movimientos, eventos) desconocidos
b. Elementos
culturales desconocidos: oficios, artes, costumbres, entre otros.
c. Ubicar
el rol principal (o los principales de encontrar varios) de las mujeres para el
siglo XX
d. Los
cambios en la vida de las mujeres que ya conocían
e. Los
elementos que consideran que no han cambiado y que deberían hacerlo
f. ¿Qué
reacciones y sentimientos le generó la lectura?
ARTICULO PARA LA DISCUSIÓN
Cambios en la vida femenina
durante la primera mitad del siglo XX
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se reforzó el
ideal femenino de la mujer como reina del hogar, identificada con la virgen
María, reina de los cielos y madre de Cristo. Esta «angelización» de la mujer
le permitió ocupar el trono del hogar a cambio de practicar virtudes como la
castidad, la abnegación y la sumisión. La maternidad era reivindicada como la
función femenina por excelencia, pero dejando absolutamente claro que el acto
reproductivo nada tenia que ver con el disfrute de la sexualidad. Este ideal
femenino continuó, en lo fundamental, vigente durante la primera mitad del
siglo XX. Sin embargo, las necesidades de una sociedad burguesa en camino hacia
la modernización, requerían que la mujer asumiera tareas prácticas y eficaces.
La Iglesia le asignó la misión de disciplinar al esposo y educar a los hijos en
valores católicos, pero al tiempo funcionales en el nuevo modelo capitalista.
Virtudes como el trabajo, la honradez, la responsabilidad, el ahorro y la
limpieza debían ser transmitidas por las mujeres en su hogar. así mismo, los
discursos médicos e higiénicos, que se difundían en numerosos manuales de
higiene, pedagogía doméstica, puericultura y urbanidad que circulaban en las
primeras décadas del siglo XX, le asignan a la mujer el rol de enfermera del
hogar, responsable de la salud y productividad de todos sus miembros. En esos
manuales se le adiestraba en el cuidado de los niños, la higiene del hogar,
preparación de los alimentos y en la importancia de imponer hábitos de higiene
y urbanidad sobre la prole. En síntesis, la economía del hogar, las tareas
domésticas, la educación y disciplinamiento de los hijos, la integridad moral
de todos los miembros de la familia, los cuidados de salud e higiene fueron
todas tareas femeninas elevadas a la categoría de oficio bajo el título de «ama
de hogar».
Las mujeres de
las élites urbanas no sólo debían cumplir estas tareas en sus propios hogares,
sino que debían convertirse en una especie de misioneras sociales que se
encargaran de moralizar a las mujeres y a los niños de los sectores pobres. Su
acción debía dirigirse, principalmente, a las obreras que surgen como grupo
social en las ciudades donde se inició la industrialización. Son estas señoras
y señoritas quienes, en compañía de sacerdotes y comunidades religiosas, en
particular los Jesuítas y las Hermanas de la Caridad o de la Presentación, se
dedican a organizar en distintas ciudades patronatos para obreras, asociaciones
católicas femeninas tales como las Hijas de María y las Madres Católicas, u
obras de beneficencia como casas para jóvenes desamparadas, sala-cunas,
hospicios, clínicas infantiles, talleres de trabajo y escuelas dominicales
donde se preparaban los niños pobres para la primera comunión. Estas
actividades permitieron a las mujeres de los sectores pudientes trascender el
espacio doméstico y tener papel destacado en sus respectivas localidades.
A medida que avanzaba el siglo y los procesos de
modernización, la mujer ocupó, cada vez con mayor insistencia, nuevos espacios.
Su presencia se hizo habitual en el teatro, las salas de cine, los salones de
té y aun en los clubes sociales, en los cuales, a principios del siglo, sólo se
permitía la presencia masculina. Durante los años 20, y como consecuencia del
impacto de la primera Guerra Mundial en los roles femeninos, sectores de
mujeres de la sociedad local que tenían oportunidad de viajar al exterior o de
leer y estar en contacto con publicaciones europeas adoptaron actitudes y
comportamientos que se distanciaban del ideal femenino convencional. La moda se
hizo mucho más sofisticada, se suprimió el uso del corset, permitiendo mayor
libertad de movimiento en el cuerpo femenino, el largo de la falda se recortó
de forma notable exponiendo a la vista las piernas, el cabello se llevó corto y
se impuso el maquillaje. La coquetería reemplazó las actitudes de modestia y
pudor, y entre los sectores femeninos de la élite se fue extendiendo la
práctica de deportes como el patinaje, el básketbol y la natación. Numerosas
publicaciones católicas que existían en las ciudades y que iban dirigidas ante
todo a las amas del hogar, en particular La
Familia Católica de
Medellín, expresaron airadas protestas contra estas nuevas actitudes femeninas.
Los puntos centrales de ataque fueron las «malas lecturas», el cine, la moda
escandalosa, la práctica de deportes y los bailes. Todas estas actividades,
según la Iglesia, alejaban a la mujer del hogar y de la misión que se le había
asignado. Indudablemente la influencia delAmerican way of life que se reflejaba en el cine,
las revistas y la publicidad, tuvo un fuerte impacto en la vida femenina cuando
las ideas de confort, libertad y gusto por lo moderno se fueron imponiendo.
Libertad de unas,
trabajo de otras.
La facilidad para los sectores femeninos de la élite y de la clase media para dedicarse a otras actividades por fuera del hogar radicaba en la facilidad de proveerse de servicio doméstico, como bien lo ilustra un manual educativo de 1938: «Hogares de clase media que sostienen costurera, lavandera, sirvienta y niñeras, mientras ¿qué hace la dueña del hogar? En el salón de belleza, en el juego, tomando té, en la casa de la amiga, en teatro. En una palabra cumpliendo sus deberes sociales». En efecto, al revisar los censos de ciudades como Medellín y Bogotá durante las tres primeras décadas del siglo XX, encontramos que la mayoría de la población femenina se ocupaba en oficios domésticos. Aun entre los sectores medios no era extraño contar con cocinera, «dentrodera», niñera y algunas veces hasta con una carguera, que tenía bajo su completa responsabilidad al recién nacido. Además semanalmente se contrataban los servicios de lavandera, aplanchadora y lavadora de pisos.
El incremento
significativo de la población urbana durante las primeras décadas del siglo XX
se debió, en gran parte, a la migración campesina de las áreas más cercanas a
las ciudades. Muchas de estas migrantes fueron mujeres solas que no encontraban
ninguna actividad productiva dentro de la pequeña propiedad campesina o en las
grandes haciendas, que privilegiaban el trabajo masculino. Algunas de estas
mujeres, menos desafortunadas, encontraron empleo en los nuevos
establecimientos fabriles o en talleres artesanales, pero la gran mayoría de
ellas debió emplearse en el servicio doméstico. Muchos padres campesinos
preferían entregar sus hijas como sirvientas, con tal de no verlas empleadas en
fábricas, que asociaban a libertinaje y perdición. Pero poco se sabe sobre las
vidas de este importante núcleo femenino tan determinante en la vida familiar.
Sobre ellas recae la responsabilidad de la crianza de los niños, la higiene del
hogar, y los hábitos alimenticios. En algunos sectores sociales y en varias
regiones del país es también responsabilidad de la empleada doméstica la
iniciación sexual de los Jóvenes de la casa y la satisfacción del señor, muchas
veces frustrado ante la sexualidad fría de su esposa. La preferencia sexual por
las domésticas radicaba, en parte, en que, a diferencia de las prostitutas, el temor
a un posible contagio venéreo no existía. La vida de las empleadas domésticas
fue dura. Muchas de ellas ni siquiera recibían salario por sus servicios y
cuando se les pagaba, éste era el 50% más bajo que el de las obreras, el cual
ya era bastante menguado.
Sin mayor
libertad ni tiempo propio, su mundo afectivo se reducía a la familia donde
trabajaban. Solas y vulnerables, su sexualidad se limitaba a encuentros
furtivos de los cuales, como consecuencia indeseada, podía resultar un
embarazo. Esta situación las llevaba a perder el empleo y a sufrir las
reacciones familiares que no pocas veces llegaban hasta la violencia física.
Sin empleo, ni familia, les quedaban los caminos de la prostitución o la
mendicidad. Ante estas disyuntivas, algunas de ellas, desafiando las normas
morales y jurídicas llegaron a situaciones extremas como el aborto y aun el
infanticidio. Como consta en los archivos judiciales de principios de siglo en
la ciudad de Medellín, la mayoría de las implicadas en Juicios de este tipo eran
empleadas domésticas.
Vida triste de mujeres
alegres
El crecimiento
urbano, la migración de campesinas solas, la falta de empleo, los bajos
salarios de obreras y otras trabajadoras urbanas contribuyeron a un incremento
considerable de la prostitución en las ciudades. A más de estos factores, no
debemos olvidar que la campesina joven y sola debe enfrentaren la ciudad la
ausencia de controles tradicionales como el de la familia, al igual que el
desarraigo cultural y afectivo. A tales problemas se suma una de las grandes
dificultades que padecen todos los pobres de la ciudad: la carencia de
vivienda. Algunas campesinas deben refugiarse en casas de inquilinato o
pensiones donde el hacinamiento y la falta de privacidad allanan el camino
hacia la prostitución. La prensa, tanto de Medellín como de Bogotá, denunció
frecuentemente la existencia de inescrupulosos dedicados a la trata de blancas
en la estación del tren, aprovechándose de la ingenuidad de campesinas recién
llegadas a la ciudad. La prostitución fue notoriamente alta en Medellín. Para
los años 30 se calculaba una prostituta por cada cuarenta hombres.
El burdel se
convirtió en sitio importante de sociabilidad masculina; en él no sólo se
hacían tratos sexuales sino que era también el refugio de bohemios,
intelectuales y marginales que buscaban nuevos espacios, libres del rígido
control social que las costumbres y la moral católica trataban de imponer en
los centros urbanos. El auge de la prostitución fue acompañado con un aumento
significativo de las enfermedades venéreas, lo que preocupó seriamente a las
autoridades municipales y médicas pues, según ellos, ponía en peligro al sector
de mujeres inocentes de la sociedad, las esposas e hijas de familia. Como
prevención se crearon institutos profilácticos encargados del control de
venéreas. Estos expedían a las meretrices un certificado de sanidad que debían
portar y renovar cada mes. Estas medidas no tuvieron mayores resultados. Ni la
policía, ni los clientes exigían el certificado, y los tratamientos médicos de
las enfermedades sexuales requerían de constancia y disciplina que ni
prostitutas ni enfermos estaban dispuestos a seguir.
Mujer y mundo laboral
Además de las
trabajadoras domésticas, las mujeres se desempeñaron en oficios artesanales que
venían ejerciendo desde tiempos anteriores, tales como modistas, costureras,
panaderas, sombrereras, zapateras y comadronas. Muchos de éstos eran extensión
de sus actividades domésticas. Sin embargo, el hecho más significativo en la
vida laboral de las mujeres en el siglo XX es su ingreso como fuerza laboral
obrera. En Medellín, la ciudad en la que con mayor intensidad se dio el proceso
de industrialización en 1923, el 73% de la fuerza laboral obrera eran mujeres,
jóvenes y solteras. El 58% de ellas oscilaban entre los 15 y 24 años, y entre
los años 1915-40, el 85% de las mujeres obreras eran solteras. La mujer casada
tenia prácticamente vedado el ingreso al trabajo fabril, pues se consideraba,
tanto por parte de la Iglesia como de los patrones, que el trabajo obrero era
incompatible con la vida familiar. El frecuente discurso de la Iglesia sobre la
inconveniencia del trabajo obrero femenino, si bien no fue el único factor, sí
pudo haber pesado sobre los patrones antioqueños para ir suplantando a las
mujeres. En 1951 el 61 % de la fuerza laboral eran hombres y sólo un 38%
mujeres. Además de la posición de la Iglesia, hay que sumar a esta disminución
de fuerza laboral fabril femenina factores como las escasas posibilidades de
capacitación que se le ofrecieron a las obreras, en contraste con los centros
de capacitación y escuelas nocturnas para obreros, la prohibición de trabajar
tumos nocturnos y las actitudes de rebeldía que estas demostraron,
contradiciendo las expectativas de patrones sobre su supuesta sumisión y docilidad.
Las mujeres obreras de
las primeras generaciones estaban sometidas a largas jornadas de trabajo que
podían prolongar hasta por diez horas en muchos establecimientos, al trabajo en
locales oscuros, mal ventilados y sin servicios sanitarios adecuados y a
salarios bajos y significativamente inferiores a los de los hombres. Muchas
veces las obreras ganaban la mitad del salario masculino en la misma tarea y
sector industrial. Los patronos tenían la idea de que el salario femenino era
un ingreso familiar complementario y esto Justificaba que no fuera igual al del
obrero. Además de estas difíciles condiciones, aun en fábricas presididas por
la implacable imagen del Sagrado Corazón de Jesús, las obreras no se escapaban
de las miradas lascivas de compañeros de trabajo, capataces y administradores.
La denuncia de chantajes sexuales y de comportamientos masculinos irrespetuosos
fue frecuente. La primera huelga textil en 1920, en la Compañía de Tejidos de
Bello, dirigida por la obrera Betsabé Espinosa, tenía entre sus principales
reclamos exigir el cese de abusos sexuales por parte de los capataces de la
fábrica. Con la creciente masculinización del trabajo obrero, a las mujeres de
los sectores pobres se les cerraron oportunidades de ascenso y movilidad
social, quedando condenadas muchas de ellas al subempleo y al trabajo doméstico
como alternativas para generar ingresos económicos.
Título: Cambios en la vida
femenina durante la primera mitad del siglo XX